Los restos arqueológicos más antiguos atribuidos a la presencia humana en el Perú corresponden al XIII milenio a. C., mucho tiempo después de que los primeros humanos, recolectores y cazadores procedentes de Siberia (Asia), cruzaran el Estrecho de Bering. Esta fecha se basa en los restos de Cueva del Guitarrero, (Departamento de Ancash), en la sierra nor-central de este país.
Hacia el final de la última glaciación, estos primeros pobladores comenzaron el lento proceso de domesticación de la biota local (véase: Revolución Neolítica) y consecuentemente a reunirse en tribus y aldeas para formar eventualmente ayllus. Se han encontrado vestigios del origen de la agricultura americana en la cuenca media del río Zaña, en Nanchoc (Dpto. Cajamarca) de hace 9 mil años (7.600 a. C.).
Hacia el IV milenio a. C., las comunidades aldeanas de la costa inician una escalada de jerarquización que se superpone a la organizacion tribal; aparecen los primeros indicios de arquitectura organizada con edificios públicos y ceremoniales. A comienzos del III milenio a. C. surge en el complejo de Caral, la civilización más antigua del continente americano,[12] vinculadora de una extensa red de intercambio comercial desde Ecuador hasta la selva del Perú, de la cual participa con la producción extensiva del algodón (Gossypium barbadense) con una jefatura ligada al culto ceremonial. Caral es coetánea a las civilizaciones de China, Egipto, India y Mesopotamia; tratándose de una zona que pueden considerarse como cuna de la civilización del mundo por su antigüedad (c. 5.000 años). Posteriormente, se difunde en la costa la cultura de Cupisnique, cuyos centros ceremoniales tendrían apogeo hasta su desocupación por el nacimiento de Kuntur Wasi y Chavín de Huántar. A finales de este período, la Chavín ejerció enorme influencia cultural sobre las demás hasta la decadencia de esta dado al incentivo del desarrollo de nuevas tradiciones culturales locales.
En el seno de las culturas Moche al norte y Paracas y Nazca al sur se desarrollaron los primeros Estados con milicias permanente, vinculadas a las piezas de arte cerámico mejor valoradas del antiguo Perú; en el extremo sur entre tanto, Tiahuanaco surge como cultura dominante Altiplano. Más tarde, la cultura Huari o Wari desarrolló el modelo clásico del Estado andino con el surgimiento de las ciudades de corte imperial, modelo que se expandió por el norte hacia el siglo VIII. A partir del siglo IX, tras el abandono de Huari, se erigen nuevos estados centralizadores de alcance regional a lo largo de la cordillera de los Andes, como Lambayeque, Chimú y Chincha, periodo conocido como el Intermedio Tardío o de los Estados Regionales.
De entre estos señoríos destaca el de los incas, el cual hacia el siglo XV anexó todos los pueblos andinos entre los ríos Maule y Ancasmayo, alcanzando un área cercana a los 3 millones de km², hoy ubicada en los territorios del sur de Colombia, el occidente de Ecuador, Perú, Bolivia, el norte Chile y el Noroeste de Argentina, conformando lo que se conoce como el Imperio incaico. Su capital fue el Cuzco, ubicada en la sierra sur peruana. Además de su poderío militar, destacaron en arquitectura, construyendo magníficas estructuras como la ciudadela de Machu Picchu, elegida como una de las nuevas maravillas del mundo.
A mediados del siglo XVI, la conquista encabezada por Francisco Pizarro, capturó sorpresivamente a Atahualpa, último Inca, y con el apoyo de algunos pueblos gobernados disidentes al Imperio incaico, conquistaron su territorio para la Monarquía de España; tras la toma del Cuzco y la fundación de Lima se suscitó la Guerra Civil entre los conquistadores por el repartimiento de las encomiendas del nuevo teritorio. En 1542, se estableció el Virreinato del Perú, que en un comienzo abarcó de iure un espacio geográfico desde lo que hoy es Panamá hasta el extremo sur del continente. El nuevo orden provocó un nuevo levantamiento conocido como la Rebelión de los Encomenderos. En la década de 1570, el virrey Francisco de Toledo reorganiza el territorio pacificando el país de las guerras intestinas y culminando con la resistencia incaica.
El imperio español significó para el Perú una profunda transformación social y económica. Se implantó un sistema mercantilista, sostenido por la minería del oro y de la plata, de Potosí principalmente, el monopolio comercial y la explotación de la mano de obra indígena bajo una forma de mita.
A partir de fines del siglo XVII e inicios del XVIII, la recaudación de la Corona se vio lentamente socavado por el declive de la minería y la consecuente diversificación económica, así como el contrabando comercial. En este contexto, fueron impuestas las Reformas Borbónicas en el país, que restaron poder político a la élite limeña y afectaron económicamente al comercio interno, lo que produjo diversos levantamientos de los cuales el de mayor repercusión fue la rebelión de Túpac Amaru II; esta última llegó a poner en peligro el gobierno virreynal en el Cuzco, pero al tomar tintes raciales contra criollos indistintamente, precipitó su derrota. Tras la muerte de José Gabriel Túpac Amaru, la cultura indígena fue férreamente reprimida por las autoridades borbónicas y atrazaron los proyectos emancipatorios dado el temor a nuevas asonadas contra la élite peninsular y criolla.
Independencia
El 28 de julio de 1821, el movimiento independentista dirigido por el general argentino José de San Martín, proveniente de Chile, declaró la independencia e instauró un nuevo estado: la República del Perú cuyo nombre lo consigna tácitamente el Acta de Independencia de este país.[13] Sin embargo, recién en 1824 el general venezolano Simón Bolívar logró expulsar definitivamente las tropas realistas afincadas en la sierra sur tras las batallas de Junín y Ayacucho, el 6 de agosto y 9 de diciembre de 1824 respectivamente, dándole la libertad al Perú.
Los primeros años de independencia se desarrollaron entre luchas caudillescas organizadas por los militares para alcanzar la Presidencia de la República. En este contexto, entre 1836 y 1839, se conformó la Confederación Perú-Boliviana, disuelta luego de la derrota de Yungay contra el Ejército Unido Restaurador.
Las pugnas entre caudillos continuaron hasta el primer gobierno constitucional del mariscal Ramón Castilla, quien pudo reestructurar y ordenar el Estado gracias a la bonanza económica generada por la exportación del guano de las islas del litoral. En 1865, se produjo un enfrentamiento con España por la ocupación de las Islas Chincha, para presionar al gobierno peruano, lo que este gobierno interpretó como un acto de guerra. Tanto Chile como Ecuador, decidieron apoyar al Perú para su defensa, y mientras la escuadra española bloqueó los puertos del Callao y Valparaíso. El conflicto se extendió hasta el definitivo Combate del 2 de Mayo (1866), cuando España atacó el puerto del Callao. Lo grandes fuertes y la férrea defensa peruanas pusieron en graves apuros a la flota española, que debió retirarse y dejar las aguas sudamericanas.
En 1879, con la declaratoria de guerra al Perú por parte de Chile, se desató la Guerra del Pacífico. El casus belli fue el enferntemiento entre Bolivia y Chile por un problema de impuestos en el cual el Perú se vio comprometido por el Tratado de Alianza Defensiva firmado con Bolivia en 1873. En una primera etapa de la guerra, la campaña naval, se repelió por mar el ataque chileno hasta el 8 de octubre de 1879, en el combate naval de Angamos, en donde se inmoló, luchando contra 6 barcos de guerra enemigos, el almirante AP Miguel Grau Seminario al mando del monitor Huáscar. Luego de vencer a la escuadra peruana, Chile da inicio a la campaña terrestre de la guerra. Esta comenzó con el desembarco de Pisagua y se desarrolló durante cuatro años, hasta que luego del Manifiesto de Montán, el gobierno ilegítimo de Miguel Iglesias, elegido por el ejército invasor chileno, firmó el Tratado de Ancón que puso fin a la guerra, a pesar de la oposición del gobierno de Lizardo Montero y la resistencia en la sierra peruana comandada por Andrés Avelino Cáceres, el denominado Brujo de los Andes.
Tras la guerra, se inició un período de "Reconstrucción Nacional" que, aunque de relativa calma, no conoció la reactivación económica ni la paz política hasta 1895 con la presidencia de Nicolás de Piérola. Con el gobierno de Piérola, se materializó una política pluto-aristocrática con unas clases alta y media que vivían acomodadamente al auspicio de los grandes capitales estadounidenses y un pueblo llano con diversas carencias, frente a las cuales reclamaron, principalmente ante las malas condiciones laborales. Esta época, conocida como de la República Aristocrática, concluyo con la asunción de Augusto B. Leguía, quien permaneció en el poder durante once años —el Oncenio— con una política paternalista hacia los indígenas, la creación de una momentánea bonanza, la manipulación del orden jurídico y la amedrentación de la oposición.
El Oncenio de Leguía, terminó en 1930 con el popular golpe de estado de Luis Miguel Sánchez Cerro, que inició un período de gobiernos militares y de irrupción de movimientos populares –como el APRA o el PCP– en el escenario político. Al final de este tercer militarismo se sucedieron presidentes democráticos interrumpidos primero por el Ochenio de Manuel Odría y un breve golpe militar para continuar con la sucesión presidencial. Hacia los años 1950 se inicia el éxodo rural, principalmente desde la sierra hacia las urbes de la costa, en busca de mejores condiciones de vida y educación para sus hijos.
Gradualmente, durante los años 60 la crisis política se hizo patente, lo que propició en 1968 la llamada Revolución de las Fuerzas Armadas, el toma del poder político par parte de las fuerzas armadas al comando del general Juan Velasco Alvarado con un mensaje antiimperialista, especialmente anti-estadounidense, y antioligarca. Se instauró pues un régimen de corte estatista que impulsó varias y profundas reformas de diversos resultados que, globalmente y a largo plazo, tuvieron un impacto principalmente negativo en la economía nacional. Hacia fines de los 70, el gobierno militar con todas las reformas producidas, se encontraba frente al descalabro económico, aún pese a que se había dado un cambio de mando en la cúpula militar y que la presidencia había sido asumida por el General Francisco Morales Bermúdez en el año 1975. A pesar de esto, se dio el fin de la revolución y se retornó a la democracia. Se redactó entonces una nueva constitución mediante una Asamblea Constituyente en 1979 y se convocó a elecciones en 1980.
Durante la década de 1980, el Perú enfrentó en una fuerte crisis económica y social, debido al descontrol del gasto fiscal, una considerable deuda externa y la creciente inflación junto con el conflicto armado interno, acentuada por la aparición de los grupos terroristas de inspiración comunista que pretendían instaurar un nuevo Estado mediante la lucha armada, como Sendero Luminoso primero y el MRTA después. El terrorismo obtuvo una respuesta represiva de las fuerzas armadas, la policía primero y el ejército después. Los combates entre ambos bandos significó la muerte de cerca de 70 mil personas entre combatientes, campesinos y citadinos. La crisis entró en su fase más crítica a finales de la década, durante el primer gobierno de Alan García Pérez, cuando el Perú entró en una fuerte crisis económica debido al descontrol del gasto fiscal y la consiguiente hiperinflación que llegó a un máximo de 7.649% en 1990, mientras que Sendero Luminoso ya había incursionado en las grandes ciudades del país, dándose la fase más dura del conflicto armado interno.
En medio de una creciente impopularidad termina el primer gobierno de Alan García, siendo elegido en las elecciones de 1990 Alberto Fujimori, que desde el inicio de su mandato encontró una fuerte oposición en el Congreso por parte de APRA y del FREDEMO.
El 5 de abril de 1992, el presidente Alberto Fujimori desató la crisis política en el Autogolpe de 1992 cuando disolvió ambas cámaras del Congreso y convocó a una asamblea constituyente para instaurar una nueva constitución política. Simultáneamente, inició la recuperación económica mediante una drástica política de shock económico. Durante su gobierno, se produjo un proceso de corrupción del Estado en conjunto –que llegó a ser calificada de cleptocracia– con el entonces Jefe del Servicio de Inteligencia Nacional, Vladimiro Montesinos. Fujimori logra ser reelegido en 1995 e inicia varias importantes mejoras macroeconómicas y sociales, aunque no consigue solucionar la larga recesión económica que afectaba al país fruto de las crisis internacionales. Fujimori fue reelegido en unas controversiales elecciones del 2000. Ese mismo año renunció a la Presidencia estando en Japón durante una gira oficial tras el escándalo de los vladivideos, que demostraron la red de corrupción encabezada por su asesor Montesinos.
El Congreso eligió como Presidente interino al entonces congresista Valentín Paniagua, quien llevó a cabo las elecciones del 2001 donde resultó electo presidente Alejandro Toledo, quien inició una campaña internacional para extraditar a Fujimori. El gobierno de Toledo se caracterizó por una continuación y profundización del modelo económico implantado por Fujimori, alto crecimiento económico promedio de 8% anual además de un claro crecimiento macroeconómico y la reactivación de la economía. Sin embargo, las diferencias sociales mejoraron poco y las acusaciones de frivolidad y nepotismo, frecuentes. Toledo fue sucedido por el ex-presidente Alan García Pérez en 2006. García ha continuado con la política económica de los gobiernos precedentes, logrando baja inflación, un crecimiento notable de las exportaciones, un aumento sustancial del producto nacional bruto y un incremento de las reservas internacionales sobre los 30 mil millones de dólares a fines de 2008, no exento de conflictos sociales importantes como rebrotes del senderismo asociado al narcotráfico y protestas violentas como el Paro de Moquegua de 2008 o el Baguazo de 2009.
Fuente: Wikipedia